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Mensaje  Linda-ravstar Jue Feb 24, 2011 3:07 pm

Creatividad desde el gris de la existencia. No lo tomen tan literal. Ojalá alguien disfrute. Saludos.

I



Estás tirada en la cama, mirando las imperfecciones del techo que son nulas, como si fuera la última misión de tu vida realizar aquello. Te preguntas por qué sientes lo que sientes, por qué tu cuerpo tirita de frío cuando es pleno verano, por qué comienzas a pensar cuando sabes que eso es algo prohibido para ti. Prohibido. No debes pensar.

Pensar es peligroso, es dañino. Pensar duele. Pero lo haces de todas maneras, porque es inevitable, porque en la soledad de tu mente no puedes hacer otra cosa. Porque, en el fondo de tu corazón, anhelas hacerlo. Anhelas un oído que escuche, una palabra que consuele, un rostro que sonría. Y sabes que es estúpido que sientas eso. Francamente ridículo, pero nuevamente no puedes evitarlo. Y empiezas a recordar.

Buenos momentos —dolorosos en la tristeza— con rostros comenzando a borrarse, con voces, cuyo tono no recuerdas. Y también malos, que están más nítidos que cualquier otro, que te acechan durante las noches, durante las mañanas, durante todo aquel momento en que te sientas simplemente a pensar. ¿Recuerdas lo estúpida que fuiste hace sólo algunos años? Eras sólo una cría, ¿verdad? Una cría acomplejada, jugando a la víctima, jugando a la heroína, jugando con fuego oscuro. Y te quemaste. Sí, te quemaste y esas quemaduras no han sanado. Basta un segundo para que vuelvas a sentir su dolor amargo y que lo desees. ¿A qué no eres tonta? ¿Cómo puedes anhelar eso de nuevo? ¿Acaso no recuerdas el miedo, la angustia, la incertidumbre, el vacío? ¿No recuerdas lo que sucedió después?

Sí, lo recuerdas. Lo recuerdas perfectamente, mejor de lo que creerías, mejor de lo que querrías. Recuerdas la sensación, recuerdas el dolor, recuerdas tu vida goteando como lágrimas, a merced de un objeto inofensivo y devastador. Recuerdas el secretismo. Recuerdas la emoción también. Recuerdas cómo lo deseabas de forma demente, cómo buscabas cada rincón para dejar recuerdos imborrables. No habías aprendido nada, ¿verdad? Porque cuando ves algunos objetos, que destellan con su poder destructivo —pese a ser inofensivos en apariencia— tus ojos brillan y debes apartar la mirada y distraerte con rapidez para no caer en tus delirios. ¿Acaso no recuerdas las lágrimas que derramaste? ¿El arrepentimiento? ¿El “nunca más lo haré”? Sí, lo haces y por eso es que no lo has hecho. Por eso es que te resistes.

Pero, ¿lo haces en verdad? ¿Es necesario que sea algo tan directo y concreto para que sea real para ti? ¿Con imaginarlo, con soñarlo, con anhelarlo, no estás cayendo de todas maneras? Con rozar los recuerdos con tus dedos, con rozar la estupidez y suspirar por volverla a cometer. ¿No estás rompiendo tu promesa de todas maneras? Sí, claro que lo haces y lo sabes. Y te sientes peor, pero a la vez sientes que no puedes evitarlo.

¿Y qué haces al recordar esos días? ¿Qué haces al traer de vuelta todo ese sufrimiento? ¿Por qué insistes en escuchar melodías que sólo evocan esas semanas? ¿El continuo ir y venir, el hablar en susurros, el realizar aquello de lo que te arrepentiste sólo en apariencia? Porque eres estúpida, porque te falta madurar. Anhelas madurar, los has dicho muchas veces y lo piensas cuando estos momentos de melancolía te abaten. Crecer, dejar atrás todas las tonterías de cría que tanto te irritan, que tanto te duelen. Pero, ¿en verdad lo quieres? ¿O en realidad deseas madurar y, a la vez, deseas permanecer en lo que eres ahora? Una antítesis en apariencia, ¿verdad? Pero, ¿qué eres tú, sino una antítesis? ¿Una eterna contradicción?

Ahora te levantas de la cama, enfadada contigo misma, colérica con tus pensamientos, furiosa con tus sentimientos. Deseas borrar todo eso, borrar los errores. Como todos. Pero no puedes hacerlo, lo único que te queda es aprender a convivir con ellos. Esa es la existencia humana. Un continuo convivir con los errores propios. Y han pasado cuatro años de aquello y aún no lo aceptas. Es difícil, sí, pero cualquiera pensaría que ya lo habrías superado. Que vivirías el presente, que disfrutarías algo de la vida. Pero no puedes. Quizás no estás hecha para disfrutar el presente, piensas. Quizás tu vida sea un eterno anhelar el futuro y tratar de olvidar el pasado. Qué patética eres. ¿Lo sabías? Sí, claro que lo sabes. Lo tienes más que claro.

De pronto, te pones a pensar en todas aquellas personas, anónimas en tu memoria, desconocidas, que ni siquiera imaginas, aquellas personas que en este preciso momento en que tú crees estar triste, están sufriendo o están disfrutando. No sabes en cuál de las dos es peor pensar. A veces te sorprendes imaginando a personas de tu pasado, disfrutando de la vida, y sientes que el pecho te arde y la envidia y el dolor te consumen. Y te odias, sin duda. Por ser así de miserable, de rata. ¿Cómo tu egoísmo puede llegar tan lejos?

Te apoyas contra una pared y cierras los ojos. Sabes que debes recomponerte con rapidez, porque la vida continúa y no puedes permitirte el mostrarse así ante el resto. Sabes perfectamente a cuál resto te refieres, a un resto muy cercano. Tomas aire y ajustas un poco mejor tu máscara, que se ha agrietado por unos segundos. Quieres creerte el cuento, quieres creer que todo está bien, pero esta vez te cuesta mucho más. Eres consciente de lo que haces más que nunca. Se te pasa por la mente que quizás podrías escribir, expresarte con libertad. Sabes que es inútil. Nunca has podido hacerlo cuando estás en aquel patético estado.

Con una nueva idea en tu mente, te acercas al espejo que está —incongruentemente— en tu habitación. Cierras los ojos antes de acercarte. Y los abres, sintiendo que su cuerpo se estremece con rapidez. Allí te ves. Cuánto odias hacerlo. Lo odias de verdad. Allí en tu reflejo ves la miseria y la maldad humana. Entiendes que ese egoísmo y esa envidia que sientes es parte de tu esencia y maldices contra la raza humana estúpidamente. Estás completamente convencida de que el ser humano es malo en esencia. Y recuerdas con cierta ironía un pasaje bíblico —de ahí la ironía— en que un fiel se acerca a Jesús y le llama. “Maestro bueno” y El Salvador se voltea y lo mira con sus ojos profundos. “¿Por qué me dices bueno? Sólo El Padre es bueno”. El humano es malo, la bondad es algo ajeno a su esencia. Sólo la voluntad separa a los humanos del caos y el bestialismo y lo sabes. Sin voluntad, no habría nada. El ser humano es un animal sin moral, malvado por naturaleza, instintivo. Pero tiene voluntad. Y es su deber usarla. Y enriquecerla. Eso lo sabes muy bien.

Y a ti te falta voluntad. No tienes derecho a sentir lo que sientes, cuando hay otros que disfrutan y otros que sufren. No tú. Aunque sientas que la vida se agota en tu alma, que la existencia se te escapa de tu cuerpo, no tienes derecho. Sólo debes no pensar. Mantén tu promesa. Y recuerda por qué lo haces. Deja de rozar con tus dedos los recuerdos en tu piel y deja de observar los objetos brillantes, anhelando el pasado. Escribe, no pienses, camina, sueña, sonríe aunque tu corazón se rompa, finge siempre. Porque tu máscara te protege. Porque te sientes segura. Respira. Y recuerda por qué lo haces.

Hay muchas cosas en las que tienes que pensar, pero no lo deseas en estos momentos. Te sonríes al notar la incongruencia de tu vida. Dices que “tienes que pensar” y, a la vez, dices que lo mejor es no hacerlo. ¿Quién te entiende? Lo cierto es que todas esas cosas que pululan por tu mente, pueden esperar. Ahora tienes otras cosas que hacer. Ya volverás a sentir las llamas de tu propio infierno personal rozándote dolorosamente. Pero ahora, puedes pretender que todo está bien. Que vives.

“Forever Alone”. Sonríes amarga y divertidamente. Sí, quizás eso tenga algún sentido. Por siempre por tu cuenta. Aunque, ¿quién sabe? Quizás no sea así. Te sientas frente a tu refugio y simplemente comienzas a dejarte llevar por esa nada que crea. Esa realidad paralela en la que te hundes. Te paras sólo un segundo para reflexionar sobre lo que te llevó a pensar tantas cosas y una risa amarga y algo rota surge de tus labios.

—Maldito Dorian Grey —gruñes, aunque nadie te escucha. Quisieras no haberlo leído, pero esos pensamientos pueden esperar a tu próxima sesión de tortura mental.

Y sonríes, esta vez más sinceramente, al saber que hay alguien, aún lejos, aún distante, que sabría entender lo que acabas de decir.
Linda-ravstar
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Fecha de inscripción : 02/02/2011

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